Luis Fernando Fonseca |
Las facciones de Manuel Antonio eran nítidas, pero en el azul celeste de sus ojos flotaba una sombra permanente de tristeza.
Así describe Óscar Vela a un retrato de época (1935) del cónsul Muñoz Borrero. Lo hace en su última novela, Ahora que cae la niebla. En realidad, la descripción proviene del narrador que Vela ha incorporado a su obra, una mezcla de ficción e historia en que aparece como el investigador que es, y que se ha enfocado —en los últimos años— en el diplomatico ecuatoriano que salvó de los campos de concentración a cientos de judíos entregándoles casi un millar de pasaportes entre 1942 y 1945.
La novela es eso, un retrato documentado en que la gesta del protagonista recorre Estocolmo, Tallinn, Cuenca. Se construyó a través de la indagación en archivos, como su correspondencia, y un museo, pero también conversaciones con habitantes de esas ciudades, como Lennard Bjelke Muñoz, hijo —recientemente fallecido— de M. A. Muñoz Borrero.
En 2011, Lennard Bjelke recibió la condecoración Justo de las Naciones, que le corresponde de forma póstuma a su padre, por contribuir a salvar judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El excónsul —ya no tenía el cargo mientras entregaba los pasaportes— se convirtió en el primer ecuatoriano en merecer esa condecoración. Al saberlo, la mirada de Vela empezó a ser de admiración. Cuenta que temía que, mientras indagaba en la vida de este personaje discreto, algo escabroso iba a aparecer.
En Quito no hay niebla y en las alturas de la oficina del autor de Todo ese ayer o Náufragos en tierra la ciudad se escurre entre nubes dispersas. El autor es tan alto (1,85 m.) como su personaje y lleva un pantalón de tela y camisa blanca de abogado.
Aunque políticos, los diplomáticos suelen ser menos corruptos…
Muchas historias sobre la Segunda Guerra Mundial se me cruzaban por la cabeza, en que unos cónsules hicieron de esto un negocio muy lucrativo. Gente que vivía de negociar con joyas, cifras exorbitantes cobradas a quien estaba desesperado por conseguir un pasaporte que le salve la vida. Entonces empecé a darme cuenta de que la situación personal de Manuel Antonio era tan compleja, delicada, que no estuvo expuesto a eso.
¿Siempre vivió de forma modesta?
Está comprobado, a Ecuador llegó con lo que llevaba puesto, un abrigo, una maletita… esa fue su vida. Luego encontré archivos secretos de la Policía sueca en que aparece un agente encubierto. El menciona en varias ocasiones que Muñoz Borrero no es de los hombres que está haciendo dinero de su cargo.
¿Cobraba por la expedición de los pasaportes para judíos?
Hay unos documentos que dicen que lo que se cobraba era entre $ 12 y $ 20, lo que valía la especie de aquel momento. Con eso, aunque hubiera trabajado por muchos más de los 900 o mil pasaportes que se registraron, probablemente no hubiera tenido más que para comer o tomarse un café. Y hay testimonios de gente que contó que se los entregaron de forma gratuita.
El reporte que le dirige al entonces canciller Julio Tobar Donoso (1940), y que se incluye en la novela, lo devela como un intelectual y gran analista geopolítico…
Era un hombre muy culto, aficionado a la música, lector. Entre los avatares de la guerra, vivió entre seguir por el mundo a su hijo y escribir. Vivía de los trabajos de traducción y ocasionales que hacía. Por eso hablaba de Finlandia, Noruega, Rusia como quien describe una fotografía.
¿Cómo llega a tener conciencia del horror del Holocausto en su época sin conocerlo de cerca?
Hasta 1942, lo que pasaba en los campos de concentración seguía oculto. Asumo que su gran amistad con el rabino -e historiadorAbraham Israel Jacobson lo alimenta y previene, pese a la confusión y niebla alrededor de la guerra.
¿Hay documentos sobre el rabino?
Muy pocos. Quien me ayudó en eso fue su nieto, Seth Jacobson, otro historiador, que rescató los archivos (incluidos los pasaportes) de los que se habla en la novela y que, viviendo en Israel, me indicó como era la vida de su abuelo en Suecia. Ahora Seth está preparando un libro sobre la historia del Holocausto y le alegra que se haya escrito esta novela.